#14. Del macho alfa al macho reproductor
Nos gusta lo simple, lo fácil, lo que suena bonito de la hostia, y sencillo. Y la ciencia no es así.
Este señor es David Mech. En 1970, Mech publicó “The Wolf: The Ecology and Behavior of an Endangered Species”. Este buen hombre había estado observando lobos en cautividad en Michigan (EE. UU.) y compartió los resultados que dieron lugar a la popularización de la teoría de la dominancia (aplicada después al mundo canino).
Unas décadas antes, Rudolph Shenkel ya había realizado estudios similares con lobos y ambos llegaron a conclusiones similares. Los lobos competían constantemente por un rango en la jerarquía, e incluso a menudo lo hacían de forma violenta y sangrienta: los más fuertes sobreviven, lideran, dirigen la manada, son ¡MACHOS ALFA!
Todo parecía estar claro.
O debería, ¿no? (¡JA!) Siguen sacando incluso “series de risa” con el concepto de marras.
Pero... había un problema fundamental. Los análisis se habían hecho con grupos de animales en cautividad, sin parentesco. Mech se dio cuenta poco después de que, en estado natural, el lobo que tenía el rol de alfa, era el padre, la hembra en lo alto de la manada, la madre, y el resto de la manada eran las crías.
En las publicaciones siguientes, Mech pasó a hablar de macho reproductor y eliminó, por siempre jamás, el término alfa. Cuando se volvían adultos, a menudo, estos grupos se disolvían o modificaban el tamaño y, sobre todo, los enfrentamientos no se daban con agresión (lógico, porque debilitarías al grupo y serías pasto de otros predadores).
La teoría de la dominancia es uno de los grandes escollos que tenemos al trabajar con perros familias con perros. Y también lo ha sido para Mech, que se ha pasado media vida aportando pruebas y escribiendo libros para explicar (como señaló Ian Dunbar) que la duración de aquellos estudios fue breve, temporalmente, que se malinterpretó el lenguaje incluso, y que los perros no son lobos (y sus estructuras sociales son distintas).
"Dogs are not wolves. The idea that dog behavior can be explained through the application of wolf behavior models is no more relevant than suggesting that chimpanzee behavior can be used to explain the intricacies of human behavior.”
Ian Dunbar (1947)
Basar el modelo conductual (la forma de comportarse) de un perro doméstico en el comportamiento de un lobo es lo mismo que estudiar el comportamiento humano a través de lo que hacen los chimpancés.
No se trata de la misma especie, ni del mismo contexto ni de una interacción con los mismos grupos sociales: un lobo salvaje que vive en manada, por un lado; un perro que vive en un ambiente con múltiples especies (humanos y perros), por el otro.
En algunos casos, ser primos evolutivos nos acerca (como ocurre con los grandes simios), pero resulta una locura extrapolar la estructura social o conductual (o las relaciones afiliativas, o la prevalencia de equis tipo de comportamientos…) por contar con un ancestro (o varios) común.
Si para muchos, entre los que me incluyo, no tiene sentido comparar (con el objetivo de definir, por supuesto) la vida de un perro callejero de la India con la de un perro doméstico en Europa (porque el desarrollo del individuo, la ontogenia, e incluso el historial filogenético, o filogenia) difiere en un montón de cosas, imagínate intentar aplicar lo que puedes aprender observando a un macaco de Berbería (Macaca sylvanus) en Gibraltar con un mono capuchino (Cebus capucinus) o con los compañeros del cole de tus hijos. De locos.
El problema es que nos gusta lo simple, lo fácil, lo que suena bonito de la hostia, y sencillo. Y la ciencia no es así. Por eso, la teoría de la dominancia nunca necesitó de marketing para que millones de personas sigan oyendo lo que quieren oír. Incluso con la ciencia en contra, una teoría (errónea) con más de 50 años sigue costando mucho dolor, sufrimiento y perros que viven con miedo a sus familias.
Sobre esto, Ramón Nogueras, en su fantástico libro Por qué creemos en mierdas (Kailas, 2020) puede arrojar algo de luz. No hay una única razón, pero, aquí, yo me decanto por un popurrí entre el efecto Dunning-Kruger y el sesgo de confirmación.
Las disonancias cognitivas son chungas, y los humanos tenemos la horrible tendencia de engañarnos a nosotros mismos.
Y la tele no ayuda, pero es que la tele… ayuda muy poco.